2.3.08

Yo no quiero ser una periodista mediocre

El teclado de una computadora no hace bulla. Es imposible sentirse un sinchi ametrallando sinvergüenzas desde el teclado de una pc. Atrás quedaron las fulminantes Remington o las estruendosas Olivettis. En el olvido de la obsolescencia.

Tampoco se puede ya patear a discreción desde un medio periodístico tan frívolo como el nuestro.

Ya no se puede profundizar, por así decirlo. Podemos optar por la patada gratuita o por el dato fuera de contexto. Y no sé cuál de las dos cosas es más facilonga.

El periodismo peruano, salvo excepciones, es mediocre. Y este círculo de mediocridad es contagioso.

Nadar contra corriente es frustrante, agotador e inútil.

Antes de empezar en este oficio, cuando no era más que una chiquilla, estudiante, romántica e incendiaria; juraba que la independencia periodística era un must. Y si en un medio te ponen demasiados límites, la carta de renuncia iba sobre el pucho y a patear latas en busca de un lugar mejor.

No hace mucho, cuando recién empecé, llegué a la cómoda conclusión de que para hacer lo que una quiere, tiene que haber primero hecho lo que a una le mandan y luego lo que una puede. La verdadera libertad de expresión hay que ganarla, decía yo.

Pero tampoco conozco ni de nombre a nadie que se haya ganado semejante privilegio. Excepto, claro, a los facilistas incendiarios de radio Bacán y similares que editorializan, pontifican y se rasgan los andrajos de una manera tan gratuita que da miedo. Son encantadores, en realidad. “Basta ya de estos miserables sinvergüenzas que se meten en los bolsillos la plata del pueblo”. Eso, para mí, no es periodismo. Ni de lejos. El periodista informa, no adjetiva. Es el ciudadano quien, a partir de la información que le damos, pone las palabrotas antes o después de un nombre, si le da la gana.

Y la información que le damos tiene que ser completa, diversa y neutral.

Defender al ciudadano no puede ser coger un micrófono y disparar insultos. Así no lo estamos defendiendo, lo estamos agitando con propaganda. Le estamos diciendo qué pensar y qué decir. Lo estamos tratando como a un fronterizo.

Es muy fácil caer en eso, francamente. Yo misma, alguna vez, me he pasado de vueltas, me he creído el último lenguazo del helado y he dicho barbaridades.

Bueno, eso vende fácil, ¿no?

Conozco a tantos que se alucinan voz autorizada para sermonear y declamar diatribas, cuya voz adquiere cierta popularidad y terminan vendiéndose a nobles utopías o a sucios lobbies (que son los más).

Pero vamos, eso no es periodismo.

El periodista informa, y procura que la información que difunde sea completa, abarque a todos los actores del hecho y sea lo más cierta posible.

Porque ahí va el otro problema. Si el policía te dice que detuvo a un grupo de personas que aparentemente estaría vinculado con el secuestro del empresario Palito de los Palotes Verdes, podrías (y habrá jefes que te lo exijan) hacer que tu nota golpee diciendo “Cayeron los secuestradores” y luego meterle por lo bajo el detalle de que nadie está seguro de que lo sean y que el caso está siendo investigado.

Y como no quieres mentir, tu jefe te dirá que desinflas tu nota. Y si le haces caso, estarás mintiendo. Serás un periodista mentiroso.

¿Qué sucede si ellos no eran los secuestradores? Ya pusiste su cara con la leyenda “secuestrador”. Ya los jodiste, por más rectificaciones (que seguramente tu medio no tendrá espacio para poner) ya los cagaste.

Soy una reportera inexperta, que cada día en el trabajo tiene que lidiar con estos dilemas, con el facilismo de los jefes, con la exigencia de los dueños, con la competencia sucia de los coleguitas.

Por eso empiezo este blog ahora, para dejar por escrito día tras día cada uno de mis errores y cada uno de mis dilemas. Quizás en unos años me haya convertido en una cínica más de las que detesto, y necesitaré revisar el camino que me llevó hasta allá.

También escribo para dejar un registro de toda la mierda a la que estamos expuestos los reporteros en este mundillo inmundo al que entramos con nuestros propios pies, creyendo que quizás, algún día, lograremos cambiar el mundo.

 
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