13.3.08

Comisiones imposibles (Mi jefe 2)

Mi jefe, ya lo conocen, tiene fascinación los días más calurosos de febrero, sentarse bajo el aire acondicionado de la oficina, desayunar juguitos y sánguches calientes y, sobre todas las cosas, no chambear.
La totalidad del cuadro de comisiones proviene de:

-Órdenes de los jefes mayores.
-Mermeladas.
-Pepazas que escucha en Radio Programas.
-Microondas de canal 4 y canal 9.

Es una delicia verlo trabajar con tanto ardor, la verdad. Apenas ve que el asqueroso ingeniero Molina de la Municipalidad de Lima está anunciando vía microondas que cortará el tráfico de alguna avenida por obras, empieza a gritar: “Cholita corre ahí adonde está la gente del municipio, vuela que no llegamos” Ipso Facto llama al otro asqueroso Julito Alzola para que nos espere. Pregunto ¿Acaso los jefes de informaciones se enteran de estas cosas por la tele? ¿Acaso no le llegó la nota de prensa?

Pero lo realmente increíble es cuando –a la merfi- no tiene temas. Días en los que en toooooooodo Lima, no hay noticias. Entonces mi jefe urde un brillante plan de operaciones. “Hoy vamos a hacer un ejercicio, cholita. Ándate a las comiserías (sic) y fíjate a ver qué hay, y déjale mi número a los policías para que me avisen cualquier cosita” . Já. Las pelotas.

Ese mismo día, cuando empiezan los noticieros a las 10 de la noche, nos damos cuenta (él no) En Lima sí hubo noticias. Pepas, noticias bacanes. Pero quizás él no tuvo tiempo de levantar el teléfono y llamar a las poderosas fuentes de las que se jacta. Estaba muy ocupado bajo el aire acondicionado de la oficina desayunando juguitos y sánguches calientes.

Qué tal concha.

11.3.08

Mi Jefe

Mi jefe es un pobre diablo. Por supuesto, en mi opinión. Me aguanto las ganas de publicar quién es porque su nombre en Google no genera más entradas que un pobre comentario suyo en una página web caduca.

Antes, la sola idea de despedazarlo por escrito (aunque sólo fuera a leerme yo misma) me producía mucho miedo. En particular, miedo de convertirme en una persona cruel. Pero ahora he descubierto que él es un tipo cruel y sin escrúpulos. Un hipócrita, un arribista, un chicheñó con sus jefes y un hijodeputa con sus peones.

Un buen maestro me dijo una vez que en el periodismo no hay amigos, no hay lealtades y no hay sonrisas sinceras. No es que lo tome a pie juntillas, pero el rebaño del que mi profe habló con tanta frialdad debe ser el mismo de donde proviene mi jefe.

Su pasado: Coleguita de congreso. Publicaba una o dos notas sobre proyectos de ley inservibles en su diario y pasaba a fin de mes por la oficina de algún congresista a recoger su cheque. Así, qué fácil no?

Mi jefe no tiene puta idea. Su día de trabajo consiste en gilearse a la redactora (que será un capítulo aparte) y lamerle el culo a sus dos jefes. Nos manda a cubrir comisiones que no tienen pies ni cabeza.

¿Cuántas veces le habremos salvado el poto? Porque claro, ya que estás en Puente Piedra, por pánico al aburrimiento una termina buscándose alguna nota (que en realidad siempre hay) y volviendo a la oficina con un tema redondo, que no tiene nada que ver con lo que mandaron porque lo que mandaron no existía.

Una vez me mandó a San Diego porque el río se había desbordado. Al llegar, no solo no había inundación, ¡sino que el río estaba seco!

Su creatividad se puede cuantificar en números negativos. Obtiene sus pepas escuchando radioprogramas. Y RPP (capítulo aparte) está lleno de reporteros farsantes que transmiten en vivo noticias más bambas que panelista de Laura Manson.

El suelo en el trabajo permite predecir terremotos y quizás los gringos ya se hayan dado cuenta de lo que es obvio. Mi jefe no sirve. Pero mientras sea mi jefe, no me queda más que permitirle que crea que lo respeto.

 
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